Pelos alborotados, chanclas, una sudadera (de la que no le gusta que porta un escudo muy grande de Adidas en el pecho), unos calzones del Bayern de Munich... Con ese aspecto desaliñado y estival, David Trueba pasa totalmente inadvertido en el bar Es Port de Santa Eulària, de los de toda la vida. Ajeno al famoseo y el glamour, los camareros ni reparan en quién es hasta que se retrata para este artículo. Le acompaña Juan Carrión, un hombre ya nonagenario pero enérgico y vital cuya hazaña en 1966 inspiró la película con la que el director triunfó en los últimos Goya. Trueba le trata con un cariño y una delicadeza entrañables.

-‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’ surgió de la lectura de un periódico de papel.

-Era el año 2006 y se conmemoraban los 40 años del viaje de John Lennon a España, incluso colocaron una estatua de él en la capital de Almería. Se recordaban muchas anécdotas de aquel episodio. Un periodista entrevistó a un profesor, Juan Carrión, que contó cómo fue a visitar a Lennon para que le facilitara las letras de las canciones de los Beatles, que usaba para enseñar ese idioma a su alumnos. Nada más leer aquella historia les dije a mis hijos, que estaban justo a mi lado, que era un bonito personaje para hacer una bonita película. Al principio no tenía claro por dónde llevar la historia, que se fue mezclando con una anécdota familiar, la del chico que quiere llevar el pelo largo pese a la oposición del padre, algo que realmente sucedió a uno de mis hermanos. Mi padre era un hombre de orden y se lo quería cortar. Y mi hermano, que tenía unos 16 años, dejó una nota y se fue tres días de casa. Pasaron siete años desde la idea inicial hasta que la filmamos.

-¿Y habló con Juan Carrión para crear el personaje o le conoció cuando ya estaba totalmente perfilado?

-No quería hacer la biografía de Juan. En general no soy partidario de que las películas estén basadas fidedignamente en la vida de alguien, pues de alguna manera limita al personaje. Creas una escena y en seguida te dicen que no fue así. Tampoco quería que Lennon fuera el protagonista; quería que la historia fuera como una estampa de una época en España.

-Las letras de las canciones ejercían pues de MacGuffin.

-El profesor [Antonio en la película, encarnado por Javier Cámara] era la anécdota central de la que quería colgar, sobre todo, el recordatorio de una generación que se había enfrentado a un tiempo difícil y que con su esfuerzo intentó cambiar un país. Me interesa mucho la influencia que tienen las personas anónimas en el desarrollo histórico. Es algo en lo que el mundo del cine y el de la novela tiene mucho que profundizar aún. La historia no la cambian los personajes históricos relevantes sino la sociedad, la actitud de muchísima gente anónima y dedicada a hacer bien su trabajo en su rincón particular.

-Como sucede en esta crisis, llena de héroes anónimos.

-De alguna manera la crisis se refleja en la película. Cuando filmo una historia en tiempo pasado pienso que la verá gente de ahora. Tengo la sensación de que es importante que el pasado nos hable. El pasado nos ofrece una luz sobre el tiempo que vivimos.

-¿Y consultó con Carrión?

-Cuando terminé el guion me puse en contacto con gente de Cartagena que rápidamente me consiguió su teléfono. Le llamé para decirle que quería conocerle y entonces le visité. Cuando le conocí, lo primero que me sorprendió fue hasta qué punto Juan era similar a la idea que había desarrollado del personaje, incluso en detalles muy sorprendentes. Por ejemplo, en que ninguno se había casado. En el guion preguntan a Antonio por qué no ha contraído matrimonio y responde que porque sus alumnos son como su familia. Juan me contestó algo similar. Y después está su energía, su carácter, su facilidad de conexión con la gente joven, no esa ancianidad con la que algunos mayores se ponen trascendentes para leer la cartilla a los demás. Juan Carrión fue un hombre de acción a su pequeña manera.

-¿Cómo reaccionó al contarle que el personaje de ‘Vivir es fácil...’ estaría inspirado en él?

-Le expliqué que yo era muy respetuoso con su vida personal y que no era eso lo que quería retratar en la película, pero que había usado esa anécdota de su visita a Lennon. Me dijo: ‘Durante años conté esa historia y nadie me hizo ni caso. Así que siéntete totalmente libre. Para mí lo más importante es que hagas la película como tú quieras’. Luego, durante el rodaje, al que asistió alguna vez, le presenté a los actores e hizo una pregunta inteligentísima a los dos más jóvenes: ‘¿Vosotros queréis al profesor de la película? ¿Os parece una buena persona?’. Solo les preguntó eso. Le respondieron que sí, que los personajes que interpretaban le querrían siempre. ‘Eso es suficiente para mí’, contestó entonces Juan.

-Cuando Carrión, que apenas puede ver, asistió al pase de la película pensó que era él quien en una de las escenas iniciales daba un bofetón a un alumno. ‘Yo nunca hubiera pegado a un chico’, se quejó a la persona que estaba a su lado, que entonces le explicó que no era Antonio [Javier Cámara] sino otro docente el que repartía galletas en esa escena.

-Hay otra que le gusta mucho, cuando, en broma, hace bajar del Seat 850 al chico que asegura que, aunque los Beatles están bien, él es más de los Rolling Stones. En una conferencia en una Universidad, alguien le preguntó cuál era su escena favorita y respondió que esa, porque le hubiera gustado gastar la misma broma. Las películas me abren a gente que quizás nunca me hubiera planteado conocer y que poco a poco se convierten en mis amigos. Con Juan siento un afecto casi familiar. Creo que él también ve cosas en mi forma de ser que le gustan. A él le veo cercano a la forma de ser de la generación de mis padres, quizás porque mi padre era un señor muy mayor cuando nací.

-¿Y usted, es más de los Beatles o de los Rolling Stones?

-Era muy de los Kinks. Yo era un joven que, como todos, tenía un punto esnob. Tenía la sensación de que los Beatles eran más blandos que los Rolling Stones, que eran más antisistema. Cuando mataron a John Lennon [diciembre de 1980] yo tenía 10 años y fue el momento de redescubrirlos, de ver la importancia que habían tenido. Desde entonces no los he abandonado. Tienen algo que valoro mucho: la apariencia de superficialidad, de ligereza, de trascendencia disimulada. Eso es lo que más puedo admirar en un artista, ya sea músico, cineasta o escritor. Es importante que las formas sean ligeras, que la gente lo pase bien, se divierta y disfrute, pero que por debajo tenga un calado mayor, sin abusar, sin ser pretencioso.

-¿Qué pasó con la estatuilla?

—Cuando me entregaron el primer Goya, el de mejor guion, se lo regalé a Juan Carrión, que se sentaba a mi lado. Pero tras la fiesta él se lo dio a mi hijo y le dijo que lo guardara bien porque a mí me había costado mucho ganarlo. Por la mañana, cuando me desperté, no entendía qué hacía la estatuilla en el salón. Le llamé en seguida para decirle que aquel Goya era para él, que se lo había regalado, y que se lo mandaba en ese mismo instante por mensajero. Se negó: quería que se lo entregara en mano. Al final, y aunque mientras tanto nos hemos visto en Madrid y hemos viajado juntos a muchos sitios e incluso nos hemos visto en Ibiza durante estos días, Juan ha decidido que quiere donar la estatuilla a la Universidad de Cartagena donde impartió clases tantos años. Se la entregaré en un acto que se celebrará en su ciudad.

-¿Fue a la gala de los Goya pensando que esta vez sí o que se repetiría la historia de siempre y volvería a casa de vacío?

-Había estado nominado 11 veces desde hacía 20 años y nunca lo había ganado. Tenía el récord. El primero que me dieron en esa ceremonia fue el Goya al guion, al que había estado nominado muchas veces desde ‘Los peores años de nuestras vidas’ (1994). Eso influyó en que al regresar con esa estatuilla en las manos dijera a Juan Carrión, que estaba sentado a mi lado, ‘este es para ti’. Juan pensó que yo confiaba en ganar muchos más y que se lo daba para deshacerme de peso. Pero no, se lo di por si no me daban más esa noche. Quería que al menos ese lo tuviera él. Dar a Juan el premio al guion me parecía lo más justo. Porque aquella historia había nacido de una iluminación. En el Goya a la dirección quizás haya otra gente que te ha ayudado. Pero en lo que era la esencia del filme, Juan había sido fundamental.

-¿Y qué tiene esta película que no tuvieran las que no fueron premiadas en las anteriores ediciones de los Goya?

-Quizás, en un momento en que la sociedad tiene una sensación de decepción, de haber sido defraudada, al público le ha gustado ver en este filme que hay muchísimas personas que sin esperar una recompensa ni hacerse ricos se han comportado siempre correctamente. En un momento de descreimiento, de cinismo, de cierta decepción con todo, la película es muy luminosa. Quise que fuera así. A veces en el cine hay una tendencia a primar la violencia, el cinismo, el cálculo. Yo quería hacer una película que fuera muy limpia. Quizás por eso conectó con la gente. Pero nunca me he sentido maltratado por no ser premiado.

-¿Ni decepcionado?

-No. A los premios les doy su justo valor. Tienen su valor y trascendencia, pero cuando empiezo a hacer una película no pienso en ellos, sino en transmitir una idea. El gran premio para mí ha sido poder ir haciendo todo aquello que quería hacer. La vida es muy muy larga. Lo que más compensa son las ideas y los esfuerzos a largo plazo. El corto plazo puede ser muy atractivo, pero a largo plazo las satisfacciones pueden ser mayores. Considero que mi batalla como escritor y director de cine está mucho más lejos, a 25 años vista, cuando ya me haya olvidado de una película y alguien se me acerque un día y diga ‘David, la vi anoche en la tele del hotel y me emocionó’. En el caso de ‘Vivir es fácil...’, el hecho de que haya dado tanta vida a Juan Carrión, en el sentido de que se siente importante y reconocido, de que el hombre que le ayuda en su casa de Santa Eulària le diga que este año le nota más fuerte y más contento, eso ya es una satisfacción.