El mal ya está hecho. Las braguitas de Rosa María Mateo, presidenta de RTVE, están manchadas, perdonen la grosería, no de caquita sino de algo peor según el puesto que la señora ostenta.

Están manchadas de seguidismo gubernamental, de falta de respeto a un emporio mediático que debería de ser espejo de medios, y esa mancha, que si fuese sólo personal apenas tendría recorrido, es una mancha que mancha el trabajo de periodistas que luchan por la independencia política, por la pluralidad, por la credibilidad pisoteada.

Hace nada firmaba una columna titulada Casado y RTVE denunciando el concepto que de los medios públicos tiene el líder del PP, o sea, medios a su servicio. Hoy le toca el turno a otro político que cree que la tele y la radio públicas son suyas, al menos hasta el día en que decidió no acudir al debate de Atresmedia -al final sí irá esta noche- y sí al debate, en la misma fecha, de RTVE, que ha protagonizado un baile bochornoso de fechas adaptadas al deseo de Pedro Sánchez -al final se hizo anoche en RTVE.

Error, inmenso error. Deseo que este garrafal entuerto sea puntual, y que poco a poco, como venía ocurriendo en la nueva etapa, RTVE vuelva al camino que había marcado con meridiana claridad para diferenciarse de la anterior con el Gobierno de Rajoy. El Consejo de Informativos, con razón, hizo visible su indignación ante la claudicación de la presidencia.

Aún resuena aquello de «Soy independiente y nadie me va a dar órdenes», dijo con voz firme Rosa María Mateo hace unas fechas, y el que suscribe aplaudió lo que parecía una obviedad, pero… Cansa repetir lo obvio. Señores, señoras de la política, apartad vuestras sucias manos de la dirección de los medios públicos. Ya está bien.