Vivir en Madrid tiene sus inconvenientes. Es carísimo. Las distancias son enormes, lo que convierte los desplazamientos en eternos. Pero Madrid tiene sus ventajas. Sobre todo en el ámbito cultural. Ahí sí ejerce la capitalidad indiscutible.

Una de las bendiciones de estar en Madrid es acudir a sus muchos y buenos teatros públicos y contar con muchas papeletas para encontrarte con gente del mundo dela cultura entre los asistentes. Desde su jubilación, he coincidido muchas veces con Rosa María Mateo y su pareja Miguel Rellán en los vestíbulos de los teatros. Los recuerdo en la cafetería de las Naves del Matadero. Esperando la hora de la función. En ocasiones, quién sabe si han valido más las palabras intercambiadas con ellos antes de entrar o al salir que el visionado de la propia función.

Quienes vivimos en las periferias no tenemos estos placeres. No digo que vivir en provincias esté mal. Sólo que cuando lo provincial se convierte en provinciano, también en el terreno de la cultura, puede resultar patético. Sucede cuando en lugar de en el siglo XXI parece que estamos en el XIX. Camarillas por camarillas, como que me quedo con las de Madrid. Que al final también acaban por ser estrechas.

Pero quería hablar de Rosa María Mateo. De su mesura y de su bagaje. Una persona que consume habitualmente tan buen teatro no necesita máster ni doctorados para demostrar su talante y cuáles son sus intereses. Como colaboradora del programa de RNE ´No es un día cualquiera´, ya en su etapa más reciente, participó en brillantes tertulias repletas de sensatez con Pepa Fernández que valdría la pena recuperar. Escuchándola en esas tertulias constatamos la valía de la persona llamada que desde esta semana es administradora única en la cúpula de RTVE. A ver quién puede ponerle un pero.