El martes se estrenó en La 2 uno de esos bocados exquisitos a los que nos acostumbra la cadena de vez en cuando consiguiendo que te pongas delante de la pantalla sin asomo ni de culpa ni de rabia por el tiempo tan mal perdido. Un país para escucharlo es ese tipo de programas que, de nuevo, simbolizan lo que uno entiende por servicio público, en su caso con la música como excusa.

Cuando digo música quiero decir música. Es decir, no hablo de patochadas de diseño comercial encajonadas en modas que se diseñan con el único objetivo del consumo de usar y tirar, y hasta otro nuevo invento. En Un país para escucharlo -guiño al conocido Un país para comérselo donde Imanol Arias y Juan Echanove recorrían España siguiendo rutas gastronómicas-, para explicarme mejor, no tiene cabida el chinda chinda de David Bisbal o similares, o no debería. En el arranque de la primera entrega el tratamiento visual, potente y bello, tuvo ecos del mejor cine, con unos paisajes que recordaban a los que vimos en La isla mínima, la peli de Alberto Rodríguez.

En las marismas sevillanas Ariel Rot, presentador del espacio, se encontró con Kiko Veneno, que hizo de guía para presentarnos las músicas y sonidos de la zona -otros destinos serán Granada, Murcia, o Asturias-. Y nos puso en contacto con nombres sonoros como el de Koki de Cádiz, Rosario la Tremendita, Burrito Cachimba, Tomasito de Jerez, o Raimundo Amador, es decir, creadores que nada tienen que ver con las músicas que se escuchan en programas como La voz o parecidos negocios musicales. Juan José Poncedirige Un país para escucharlo, y sí, el gozo que sintió haciéndolo es el que este espectador sintió viéndolo, y escuchándolo, claro.