Muere Martí Galindo y no pasa nada, muere el señor Galindo y los cimientos de la televisión de hace décadas se resquebrajan un poco porque Martí era el ciudadano y Galindo, el señor Galindo, su personaje.

El domingo moría a los 81 años el ciudadano Galindo, y si nos ponemos intensos hay que decir que con él muere una forma de hacer televisión.

Bien, pues no es para tanto. No lo digo como demérito de este actor catalán de estatura mínima, lo digo porque 'Crónicas marcianas', que fue la cuna donde creció, permítaseme la ironía, sí que representó una forma de entender la televisión como un espectáculo que bordaba con hilos de oro y esparto, con retazos de seda y arena, con músicas exquisitas y chinda chinda de gasolinera, o sea, lo de siempre, eso es la tele.

Aunque hay un matiz. Aquella televisión, creo, la televisión del señor Galindo, la tele que regalaba momentos hilarantes, brillantes y provocadores, o expelía como un cuesco en su última etapa Javier Sardá en Telecinco, no se podría hacer hoy en un país cuyo nivel de ofensa, agravio, malestar y ñoñería ha subido como una leche recalentada.

En las noches de la cadena, cuando se descorrían las cortinas de la barraca y aparecían los monstruos Galindo, Boris Izaguirre y sus chillidos de histérica con el calzón bajado, personaje que el propio Boris parodia hoy sin fortuna, con un patetismo parecido al que vemos en David Bisbal dando en los anuncios piruetas de cabra, o Mariano Mariano, con sus muletas de niño con polio y su humor ácido, en aquellas noches de Telecinco, la tele se hacía grande, soez, apestosa, adictiva y condenable, gamberra y chinchosa. Martí Galindo era algo más que el señor Galindo, pero la pantalla lo recordará por él.