Me asomo al estreno del concurso vespertino ‘¿Juegas o qué?’ y me invade una sensación de estupor que a poco que pasan los minutos se convierte en vergüenza ajena.

Todo es destartalado, gratuito y anacrónico en este formato, con hechuras y ocurrencias de cuando las privadas comenzaban a andar. Pese a estar grabado en las calles de nuestras ciudades, la puesta en escena no puede ser más hortera.

Me resulta imposible recordar una decoración más desafortunada que la de pruebas como ‘El ascensor’. El escaparate del premio que se vio cuando se abrieron sus puertas no se vi o ni en las parodias más cutres del género.

¿Y qué me dicen del panel de la sección «Un, dos, tres, ¡sorpresa!»?

Los responsables de Patrimonio de la ciudad de Segovia nunca debieron consentir que delante del acueducto se montase semejante tómbola. Dañaba a la vista. Sobre los presentadores no vamos a decir nada, puesto que cada cual es muy libre de ganarse las lentejas como buenamente pueda. Sin hacer daño a nadie. Aunque agredir a los espectadores que de buena fe sintonizan La 1 a media tarde debería estar penado como delito. A fin de cuentas, se les paga con el dinero de todos. Y hablando de dinero, qué efecto más desagradable da que se vayan repartiendo billetes de 50 euros en plena calle, esos que tanto cuestan ganar en la vida, con la excusa de un jueguecito tan inconsistente.

Qué optimista es uno de los grandes jefes de TVE, Fernando López Puig, cuando dice que no se trata de un programa de verano, sino de una apuesta de la televisión pública que podría alargarse en el tiempo si fuese bien acogida. Alarmado por aquello de que, en cuestión de audiencias, cuanto peor, más altas, miro las cifras cosechadas temblando. El estreno se salda con un 4’4% El sentido común todavía no está perdido.