Tenía una idea, o mejor, tenía un prejuicio, o todos los prejuicios, sobre los programas de Cuatro, sobre algunos programas de Cuatro, pero es verdad que nunca, nunca jamás, me había detenido más de la cuenta, es decir, nunca había visto arrancar dicho espacio, desde la cabecera hasta el final, con los créditos y todo, con la musiquilla última, con el sabor de la mierda pegado aún a los labios, y lo he hecho. Lo digo así, como un valiente al que no le importa nada.

He visto desde el principio hasta el final programas tan tontos como Ven a cenar conmigo, y programas tan tontos como First dates. Lo mejor de Ven a cenar conmigo son los comentarios del narrador, la voz cachonda de Luis Larrodera, que pone pimienta y cayena y orégano, y mucha ironía, vamos, una especie de lavativa que te entra por el oído para que entre por la vista lo demás, un disparate que a mí no me interesa.

He salpicado estas piezas con la idea de que Cuatro se ha especializado en friquis de diverso pelaje del mismo modo que La Sexta se ha puesto la corona de la credibilidad informativa, y en Ven a cenar conmigo no falla. Incluso aunque los concursantes que hacen las cenas en casa no sean friquis, acaban siéndolo en esta cadena del mismo modo que el escorpión, que con tal de picar es capaz de picarse a sí mismo. Cuatro hace de Ven a cenar conmigo no un canto a la buena mesa, a las recetas de la abuela o de la tía del pueblo sino que mete el dedo en el guión para escarbar en el altivo, la maleducada, el fatuo, la petarda, o el berzas.

Todo resulta fingido, dirigido, lejano. El programa allí, y yo, como espectador, contando moscas en casa ajena, sin mando en el mando.