Se estrenó la segunda temporada de Élite, una producción de Netflix que en principio parece una serie para chicos y chicas más o menos adolescentes. Cuenta no la vida del colegio elitista al que van sus protagonistas sino las relaciones que se establecen entre ellos, incluyendo a unos cuantos de "clase inferior" que tienen el privilegio de codearse con esa cremita de familias adineradas gracias a becas para pobres. Con el crimen de una chica que se atribuyó a uno de clase inferior, que formaban pareja, acabó el último capítulo de la primera tanda.

La segunda trata de averiguar el verdadero culpable del crimen. La historia engancha, y la manera de contarla también. Es atrevida. No es una serie tontita para adolescentes románticos. Hay personajes muy bien construidos y muy bien defendidos. Digo que no es una serie al uso para niñatos. Además de un crimen hay sexo, y muy atrevido, hay incesto, hay relaciones entre "moros y cristianos", y más, dentro del clan musulmán hay amores gay, todo un revulsivo, hay reivindicaciones sociales en defensa de la mujer, de los chicos que tienen pluma, se retrata la hipocresía, el cinismo y las corruptelas que hay detrás de algunas fortunas, y hay buenas, grandes interpretaciones, sí, como lo leen.

Destaco la de Dana Paola, Lu en la serie, que sabe retratar con firme magisterio a un personaje autodestructivo y maquiavélico como parapeto a su tremenda soledad y desdicha. Y la de Omar Ayuso, y la de Mina El Hammami o la de Miguel Bernardeu. En realidad tendría que pensar quién no está a la altura de lo que requiere su personaje. Élite es trepidante. Yo me la tragué en jornadas intensivas.