Zorra de mierda, dice la joven rubia. Soy más que una zorra, contesta la mujer cornuda, hoy soy una loba. La escena tiene lugar en una cena que empezó de forma educada en una familia de alta posición económica que recibe una semana antes de lo previsto a un matrimonio con diferentes tipos de relación entre los anfitriones y los invitados, cena que acabó a dentelladas verbales, visuales, y de una tensión que la convierte en una joya de rara perfección fílmica.

Es la escena de revancha de una mujer agraviada por su marido, que lleva acostándose dos años con la hija de su socio empresarial, y cuando una mujer se siente así es como «abrir las puertas del infierno».

Son unos minutos que funcionan como un dardo cargado de la mejor anestesia y que forman parte de una obra redonda llamada Doctora Foster -miércoles y jueves, Antena 3, segunda temporada-. Me enganché por casualidad, pero me he bebido lo emitido hasta ahora con delectación de neófito.

Desde el primer minuto me fascinó la actriz protagonista, Suranne Jones, de esas actrices que parecen ser así, una especie de Frances McDormand británica, como la producción de Doctora Foster. Destaqué la cena porque encierra toda la tensión que va acumulándose en la esposa engañada y que anuncia una transformación que asusta por su capacidad para la venganza sustentada en la metódica frialdad de sus actos.

Trepidante, intensa, la historia es tan simple como una diatriba de amores contrariados pero contada con mano firme para analizar la condición humana, y esa tensión está narrada con miradas cortantes, palabras como disparos, silencios que queman, y planos que fulminan.