El verano pasa por Santa Gertrudis, por sus escasas calles bien pobladas de bares y restaurantes, como un vendaval turístico. Luego llega la calma, que es la calma de siempre, con los mismos rostros, las mismas miradas, casi seguramente las mismas conversaciones.

Muchos negocios cierran y se despiden hasta el verano que viene. Otros, sin embargo, continúan abiertos todo el año. La iglesia preside la plaza y, por lo tanto, el pueblo entero, como lleva haciéndolo desde hace dos siglos. Y ahí está también Can Pep Roig, el estanco y botiga, con cerca de un centenar de años a sus espaldas, que tampoco cierra nunca: uno de esos pocos lugares que existen todavía en los pueblos ibicencos que se ocupan, sin pretenderlo, de conectar el presente con el pasado, la realidad con la melancolía.

Se podría pensar que no son un mal negocio los estancos porque son ya casi lo único antiguo que pervive en los pueblos, además de la iglesia con su casa parroquial, claro. Toni Serra Roig lo niega, dice que las comisiones son bajas y los impuestos muy altos, y asegura que solamente da para vivir, aunque, eso sí, parece que «como un buen sueldo». Él es la cuarta generación que se ocupa de esta botiga, que fue también, hasta hace muy pocos años, taberna, y que desde 1939 es el único estanco del pueblo.

Antes de Toni, se ocuparon del negocio su madre, María Roig, su abuelo, Toni Roig, y su bisabuelo, Pep Roig. Este último, que dio nombre a la casa, fue el fundador. Debió de ser un hombre importante, pues también fue alcalde de Santa Eulària.

Estanco desde 1939

Toni Serra Roig guarda papeles aquí y allá que hablan de algunas de estas cosas, como por ejemplo un certificado de la Compañía Arrendataria de Tabacos, fechado el 16 de enero de 1939 en San Sebastián -la guerra civil todavía no había terminado-, dirigido a su abuelo y en el que puede leerse lo siguiente: «En uso de las facultades que me están conferidas, he tenido a bien nombrar a usted Expendedor de Tabacos y Timbre de Santa Gertrudis (Baleares), a reserva de las disposiciones que se puedan dictar en lo sucesivo. Como remuneración de su cargo percibirá usted, en la forma y cuantía establecidas, los premios correspondientes por tabacos y efectos timbrados».

Desde entonces, coles, boniatos y tomates comparten espacio con puros y cigarrillos. Si son o no buena compañía no es asunto de nadie, y mucho menos nuestro. Pero el pintoresquismo aumenta a medida que uno va observando las viejas estanterías donde se apiñan los paquetes de pasta, las botellas de vino, los huevos kinder, las galletas, los paquetes de Colón, los botes de espárragos, los insecticidas y los siempre coloridos y llamativos cartones de tabaco. Este es, desde luego, uno de los encantos de Can Pep Roig, además de su persistente y sobria decoración, en la que destaca el largo mostrador de madera sobre el que uno puede encontrar, entre otras muchas cosas, la prensa local del día.

Clientes diversos

La gente que acude a Can Pep Roig es bastante diversa. Están los que entran solo para comprar tabaco. Piden su marca habitual, pagan y se van. Están también los que entran para comprar fruta o verdura, productos de la finca propia, conocedores de su calidad. Están los que entran para hablar un rato con el dueño, de caballos, conejos o del tiempo que hace.

Y luego hay mucha gente también que parece que va a entrar pero no entra, que se queda en la puerta mirando el interior. Y es que para el turista, Can Pep Roig es, por supuesto, un punto de interés fotográfico.

Una mujer entra y pide higos secos. Bueno, pues también hay higos secos. Un turista español entra y pregunta si las coles son ibicencas. Claro que sí, hombre. Un americano entra y pide tabaco americano. En fin, esto es lo que más hay. Una chica compra una postal mientras pregunta si la vista es del pueblo. No, qué va, es de Sant Antoni. Etcétera.

Hasta no hace muchos años, la gente entraba también para pedir la llave de la iglesia o del cementerio. Y si uno se perdiera entre las calles de este pueblo algún día -cosa muy poco probable- habría que entrar en Can Pep Roig para pedir ayuda.

El lugar es antiguo, sí, pero la calle donde se encuentra ha estrenado nombre y placa hace pocos meses. Can Pep Roig se encuentra ahora, por designios municipales, en el flamante Passeig de Santa Gertrudis, número 1.