Le faltan elementos que profundicen y hagan más consistente y divertida esta tragicomedia caribeña, una coproducción entre Cuba y España, con colaboración estadounidense, que se presentó en los festivales de Toronto y de Málaga, pero no es una película a despreciar y hasta desprende algunos conatos ingeniosos sobre la delicada situación de la isla en los momentos es que caía el Muro de Berlín y desaparecía el único apoyo de peso internacional que tenía, el de la Unión Soviética.

Momentos, sin duda, críticos para la isla que son observados desde la posición reveladora de los dos personajes destacados, el cosmonauta ruso Serguei, que se ha quedado solo y desamparado en la estación Mir, olvidado por todos y sin que una Rusia todavía en ciernes disponga de presupuesto alguno para semejante contingencia, y el radioaficionado Sergio, un profesor de filosofía marxista que sufre como pocos las consecuencias de la crisis.

Cuarto largometraje del director y guionista cubano Ernesto Daranas, tras La vida en rosa, Los dioses rotos y Conducta, ha sido definido por el propio realizador como una "una tragicomedia del absurdo, la peripecia improbable que unió las vidas de dos náufragos en el final de la guerra fría". En ese esquema se mueve la cinta, con una primera parte más inspirada en la que Sergio vive de forma elocuente los estragos económicos que se han cebado con él y con su familia, captados con un sentido del humor que no excluye unas imágenes de una parte de La Habana en estado muy deteriorado y "decorada" con azoteas que hacen las veces de trasteros.

Si la contribución de personajes de la familia de Sergio, como su madre y su hija, enriquecen el panorama humano con toques humorísticos, en cambio la amistad que surge a través de la radio entre los dos sergios no ofrece los mismos motivos de satisfacción, dejando entrever que el ruso es demasiado ajeno a la realidad.