No es original ni especialmente brillante y como producto de acción podría incluirse en un apartado típico de serie B, pero también es cierto que regala algunos momentos inspirados que, por lo menos, impiden que el aburrimiento campe a sus anchas.

De este modo, la película, sin sentar cátedra en ningún aspecto, puede superar el nivel de la mediocridad.

Una de sus bazas más seguras la juega su protagonista, Rachel McAdams, cuya simpatía acaba siendo contagiosa y que, no hay que olvidar, fue nominada al Oscar a la mejor actriz de reparto por su espléndida labor en Spotlight.

Tratándose, por otra parte, de la segunda cinta que dirigen a la limón John Francis Daley y Jonathan Goldstein, que debutaron juntos con Vacaciones, no era previsible encontrar resultados más satisfactorios. Con guion de Mark Pérez, el thriller se abre paso a través de unos juegos con los que un grupo de amigos trata de combatir las noches de los fines de semana la rutina y el aburrimiento.

Los anfitriones son el matrimonio Max y Annie, que de esta forma se olvidan de sucesivas tentativas fracasadas de que ella se quede embarazada. Y la novedad es que se incorpora de forma imprevista a la velada el hermano de él, cuya estela de triunfador le sigue a todas partes despertando la eterna frustración de Max. Lo hace, como siempre, aportando alicientes al juego, en el que los participantes deberán resolver un caso de asesinato con matones y agentes del FBI. Naturalmente, la clave reside en que llegado un momento nadie sabe si los matones y policías son ficticios o reales, generando un equívoco que resulta chocante y con recursos en ocasiones no exentos de humor.

Con altibajos que se dejan sentir en la segunda mitad, en los que se pierde parte de la frescura original, da la impresión de que los directores no han sabido hacer frente al hecho más sugestivo de que el relato transcurre casi por completo en tiempo real.