Se adentra en un espacio peculiar que ha sido bastante expoliado en los últimos años, el de las personas, por un lado, que se han quedado tetrapléjicas como consecuencia de un accidente en el que el alcohol ha sido causa determinante y, por otro, el de la solidaridad que crece entre las víctimas, parte de ellas obligadas a utilizar una silla de ruedas. Pero la visión que ofrece el director Gus Van Sant de este universo no sólo es más sensible y familiar, sino que aporta unas dosis de humor que se agradecen en un territorio semejante.

Lo cierto es que de la mano de este realizador, uno de los que mejor encajan en el esquema del cineasta independiente de Hollywood, ha aflorado una película en buena medida ejemplar que convierte al espectador en testigo privilegiado de una historia que transita del drama a la comedia con una asombrosa naturalidad.

Esta no es una de sus mejores cintas, a pesar de su más que estimable factura, pero sí enriquece la obra de un autor que nos ha dado títulos de la categoría de ´Drugstore cowboy´, ´Mi Idaho privado´, ´Descubriendo a Forrester´ y ´Paranoid Park´ y que fue nominado al Oscar por ´El indomable Will Hunting´ y ´Mi nombre es Harvey Milk´.

Uno de sus alicientes es que lo que se nos muestra son personajes y situaciones reales recogidas por el propio autor del libro, John Callahan, fallecido en 2010. A él se debe en buena medida que este proyecto, cuyos derechos llegó a tener el desaparecido actor Robin Williams, tomase cuerpo. De hecho, solo se inició el rodaje cuando Van Sant elaboró el guión definitivo y tras una larga entrevista del director con Callahan que modificó sustancialmente el texto, haciéndolo más realista y con menos tendencia al desmadre. Todas estas circunstancias han enriquecido la película y le han dado un toque casi entrañable, que nos empapa de un ambiente, el de los hospitales y reuniones de alcohólicos anónimos, con profundas raíces sociales. Un entorno en el que adquiere su auténtico sentido un actor tan brillante como Joaquín Phoenix.