Lo peor, siendo ya un factor que invalida casi por completo la película, no es su falta total de originalidad y el hecho asociado de que da la impresión de que todo lo que estás viendo ya lo has visto antes, sino la total y rotunda incapacidad del director para crear la atmósfera y la tensión que se pretende transmitir para asustar al espectador y llevarlo al filo del terror. En este sentido la responsabilidad de esta ineptitud e incapacidad hay que atribuírsela al director, Gregory Plotkin, que ya demostró sus graves carencias en su opera prima, 'Paranormal activity: Dimensión fantasma' y que aquí confirma con creces que lo suyo no es el cine de terror, al menos de momento.

Con un guion que no es más que una acumulación de tópicos que, además, están muy mal orquestados y, lo que agrava más la cosa, sin estímulos que lleven al miedo al menos a una zona fronteriza, los noventa minutos de metraje se convierten en una invitación al tedio casi permanente.

Se trataba de reunir de nuevo a un grupo de amigos, especialmente a una pareja de estudiantes que tuvieron un romance pero que se separaron años atrás y no se han vuelto a ver, que han decidido pasarlo en grande en un parque de atracciones terrorífico aprovechando que es la víspera de Halloween. Es la ocasión ideal para vivir unos momentos intensos en un ambiente ciertamente repleto de emociones fuertes. Las cosas, sin embargo, se van torciendo en el plano cinematográfico cuando pasan los minutos y las soluciones carecen de gancho para atrapar al público.

Se puede pensar que lo mejor se ha reservado para un final apoteósico, el no va más en la materia, compensando así el déficit previo, pero ni por esas. Ni siquiera en los minutos finales mejoran las cosas, cuando un siniestro y macabro asesino se hace pasar por empleado de la atracción y comienza su recital de asesinatos ante unos jóvenes que se percatan de que han caído en una ratonera. Da la impresión de que el relato ha encontrado su sentido, pero va a peor.