Llegó a reclamar la atención de un amplio sector del público galo y en función de ello formó parte, en un regalo exagerado y poco justificado, de la Sección Oficial, aunque fuera de concurso, del Festival de Cannes. Y hay que decirlo de inmediato porque 'El gran baño' es una película en buena parte fallida, una comedia con toques dramáticos que tiene aislados momentos brillantes y que comete un error esencial, su decisión de convertirse en una especie de rearme moral de una sociedad, la francesa, que no atraviesa en el plano político por sus mejores momentos de creatividad y de inspiración. De ahí que este segundo largometraje del actor y director Gilles Le-llauche, tras 'Narco' que dirigió en colaboración con Tristan Aurouet en 2004, suponga un debut en solitario tras la cámara poco satisfactorio. Su sentido del humor invita pocas veces a movilizarse y no ha conseguido el equilibrio idóneo en un producto complejo y coral en el que la pantalla acoge siempre a demasiados personajes, que a menudo están de más.

No cabe, por tanto, sentirse sorprendido de que Lellouche no haya encontrado las teclas más adecuadas para entrar sin contraseña de ningún tipo en un mundo que no es todo lo convincente que sería de desear. Una responsabilidad que solo hay que atribuir, al menor de forma relevante, a un reparto más que notorio que podían y debía dar más de sí. Es un hecho que Guillaume Canet, Mat-thieu Almaric, Virginie Efira, Benoît Poelvo-orde y Jean-Hugues Anglade, por citar los más destacados, no han superado los obstáculos que tenían ante sí, una historia de superación que pretende llenarse de risa y emoción y que lanza el mensaje de que nunca es demasiado tarde para reinventarse y de paso encontrar nuevos amigos. «Enfermos» de moral baja, lo cierto es que no tardan en encontrar más víctimas de una dolencia que se extiende por toda Francia y que encuentran en este grupo de hombres voluntarios la anhelada materia prima. Lo hacen formando un equipo de natación sincronizada.