Lo que suele denominarse un producto fallido. Ni siquiera la presencia de algunos nombres de prestigio, con la ganadora del Óscar por Siempre Alice Juliane Moore, la única norteamericana que ha ganado el premio de interpretación femenina en Cannes, Berlín y Venecia, pudo evitar lo peor en una película que es una mediocre adaptación del libro de Ann Patchett.

Con defectos de bulto en la ambientación y, sobre todo, en el plano político, para colmo de males la cinta pierde toda su credibilidad al haber sido pesimamente doblada, de modo que los cuatro idiomas del original, español, francés, inglés y japonés, se convierten en uno único en la versión «española». Aunque no se cita el nombre del país en que transcurre la acción, todo indica que es Perú en los últimos momentos del gobierno de un Fujimori que alardeaba de haber acabado con el terrorismo de Sendero Luminoso. Los hechos son, por supuesto, ficticios y se desarrollan en el transcurso de un concierto de ópera en honor de una personalidad japonesa en el que interviene la soprano Roxanne Coss.

Desgraciadamente, el evento se interrumpe trágicamente cuando un comando terrorista irrumpe en el lugar y toma un grupo de rehenes para difundir un comunicado sobre sus objetivos y como vehículo de propaganda. El problema es que el director Gary Weitz no ha sabido encontrar el punto en el que los guerrilleros y los ilustres invitados convierten la sesión en una auténtica masacre. Entregado casi por entero a la comedia, aquí se ha perdido por completo en el laberinto del drama sicológico y de la denuncia política. Entre su filmografía se observan títulos como 'American pie', 'Un niño grande', 'In Good company' y 'Ahora los padres son ellos', que van por vías antagónicas.

El momento clave, que acompaña unas ridículas escenas de amor entre integrantes de las dos parte enfrentadas, se desarrolla en un final violentísimo que podía haber cambiado algo el signo de las imágenes, al comportarse casi de la misma forma los miembros de la guerrilla y los ilustres invitados, pero es más la pretenciosidad que el deseo de airear una supuesta verdad.