Una pequeña y entrañable pero sorprendente joya, adaptación del libro de Daniel Emil, que supone la mejor contribución al cine de animación mexicano de los últimos años.

Una lástima que haya sido objeto de una enorme polémica en su país, donde un sector de público ha censurado la dureza de las imágenes y el tono amargo de unos personajes que tienen muy poco que ver con el cine infantil, pero que destilan una imaginación y un toque poético que salta a la vista.

En el plano estético, la cosa es preciosa a pesar de desprender misterio y miedo y la influencia surrealista se extiende a buena parte de la película. No faltan referencias a clásicos como La parada de los monstruos, la obra maestra de Tod Browning de 1932.

Con una ambientación que se inspira en escenarios propios del terror, sobre todo esa horrible y siniestra clínica mental con diseño de edificio gótico, el director Carlos Carrera, confirma unas cualidades poco menos que asombrosas para este marco. Lo hace relegando por completo los ingredientes edulcorados y aportando a los extraños seres que se unen a la protagonista un toque al mismo tiempo de crueldad y ternura.

Hay que señalar en este sentido que el realizador, que para mayor sorpresa efectúa su debut en este género, denota un dominio y un control total de la historia y de lo que ésta conlleva. Solo así se puede urdir una galería de monstruos semejante, que es la que se une a la pequeña y encantadora Ana y a su amigo Bruno, una criatura que inquieta pero también que cautiva, y en la que figura el Hombre Reloj e incluso el Hombre Inodoro.

Ana está desolada porque su padre la ha abandonado junto con su madre, que está todavía muy afectada por la realidad en la que vive en un siniestro caserón en el que efectúa sus trabajos un médico invadido de crueldad y de muerte.

La situación es desesperada para madre e hija pero con la ayuda de su banda y la eficaz colaboración de un niño ciego pero que ve lo imposible se pone en marcha la operación de recuperar al padre. Ni un solo momento de tregua y con unas soluciones finales, que recurren al onirismo con una coherencia insólita, que llegan a emocionar.