Gilbert Herreyns terminó la pasada semana la instalación que presentará en la capilla de sa Tanca Vella, en Sant Francesc, a partir del 10 de julio. Una propuesta que se incrusta en el programa de fiestas de Sant Jaume. En esta ocasión, el artista se ha mimetizado con este pequeño espacio abovedado que es de los pocos restos que quedan en Formentera del siglo XIV y está considerado como el primer lugar de culto de la isla, actualmente desacralizado.

Herreyns cuenta que la idea de esta exposición viene de antes de que sufriera una enfermedad en 2006 que le tuvo apartado de la actividad creativa durante un año: «Esto sale de una conversación informal con la consellera de Cultura en la que vimos la posibilidad de hacer algo en la capilla».

Luego se puso en contacto con Espai Frumentària para incluirla dentro de sus actividades contando con Manolo Oya como comisario, que se encargará de la edición de un catálogo.

Herreyns señala que haber creado la obra en el propio sitio donde se expone no esconde ninguna connotación religiosa, pero sí reconoce que «se respira un ambiente de paz muy agradable», lo que achaca a la propia arquitectura de este monumento, que es abovedado y de reducidas dimensiones.

Uno de los símbolos que utiliza en esta obra es la cruz, «un elemento con el que trabajé mucho hace más de 20 años; tengo obra de los años noventa con cruces. Y he pensado que por el lugar podría retomarlo, ya que es algo que va más allá de lo religioso y también sirve para situarte».

Esta es la segunda exposición que realiza tras su enfermedad ya que la primera fue hace dos meses en Bruselas. El artista, que se mueve en el minimalismo, explica que con esta instalación ha intentado establecer una relación entre la tierra y el cielo mediante los símbolos que forman parte de su universo.

Aunque admite que su obra es interpretable y cada persona puede percibir y sentir cosas distintas cuando la observa, es partidario de dar algunas claves para que el público entienda lo que está viendo. Los materiales que usa en el suelo son tierra y una ramas de sabina en cruz y curvadas. «La sabina sale de la tierra y la he trabajado en forma de cruz, y da la sensación de que sean casi más arañas que salen de la tierra y se dirigen hacia el fondo».

Justo en la pared opuesta a la entrada hay un cuadro vertical lleno de cruces blancas y azules que repite una y otra vez, en ese ejercicio minimalista: «En el fondo hay una vara azul que simbólicamente sería el mar y el cuadro sería el cielo, así las cruces del suelo en forma de aspas se transforman en cruces convencionales».