La antesala del salón de plenos del edificio de Can Botino, sede del Ayuntamiento de Vila, acoge una exposición de obras de Giorgio Pagliari, artista nacido en Roma en 1933 y fallecido el año pasado en la isla, donde residía desde 1960 y donde conoció a su esposa, Lilli Kosola, natural de Laponia, Finlandia. Su viuda y la hija de ambos, Suska Pagliari Kosola, asistieron ayer emocionadas a la presentación de la exposición, que ha comisariado la directora del Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza, Elena Ruiz Sastre.

«Hoy reconocemos el valor inmenso de la obra de Giorgio Pagliari cuando ya no está entre nosotros, al menos físicamente. Nunca es tarde», subrayó Ruiz Sastre sin obviar que el nombre de este autor no es de los más conocidos de la escena artística isleña, a pesar de su evidente talento y sensibilidad.

Kosola, conmovida por este homenaje que han titulado ´In memoriam´, admitió que la ausencia de Pagliari, el amor de su vida, «ha dejado un hueco muy grande, difícil de llenar» y agradeció a Ruiz Sastre «este reconocimiento póstumo» a la obra de su pareja. Su hija, también emocionada, valoró que esta muestra es una forma de dar a su padre «un reconocimiento que no le gustaba pedir». «Me llena de orgullo y satisfacción», dijo bromeando para quitar peso emocional a la presentación, en la que hubo más de una lágrima.

Extrema sensibilidad

Ruiz Sastre recordó ayer que cuando le llegó la noticia de la muerte de Pagliari en 2015 se encontraba fuera de la isla. «Me conmovió mucho porque la figura de Pagliari era habitual en el entorno del museo, siempre le veía, casi a diario, elegante, con esa timidez suya no hosca sino simpática y cálida». También subrayó que el museo cuenta con obra de este autor en sus fondos, fruto de una de las donaciones de Carl Van der Voort.

Pagliari se instaló en Ibiza en 1960 e hizo sus dos primeras exposiciones en la galería Ivan Spence, ya desaparecida. «Carl Van der Voort, que era un verdadero halcón en detectar talentos y sensibilidades lo toma bajo su protección y lanza varias exposiciones, incluso fuera de la isla, ya que protagoniza en el año 1965 dos muestras en las galerías que eran entonces el epicentro de la modernidad en el país: la René Metrás de Barcelona y Juana Mordó de Madrid», rememoró ayer Ruiz Sastre.

Para la exposición en Can Botino, la directora del MACE ha seleccionado obras de la década comprendida entre el año 1988 y el 1998, de las que destaca la extrema sensibilidad que destilan y el hecho de que se trate de un «universo muy arriesgado, muy al filo de los matices imposibles».

Las obras están realizadas en técnica mixta (con óleo y acrílico) con un protagonismo absoluto de las ondas superpuestas realizadas con cartón trabajado con mucho color, lo que le aporta un equilibrio entre dureza y movimiento y que además dotan a los cuadros una gran profundidad.

«Pagliari pulsa el plano, en este caso con collages de escamas o solapas que crean un ritmo, la ´temperatura´ que da la distancia entre una onda y otra», destacó Ruiz Sastre, que también puso atención en los colores que emplea Pagliari. «Gamas de templados, blancos, ocres, grises, rosas pálidos, colores que nos remiten a lo pétreo». La directora del museo conecta estas obras con la pasión de Pagliari con la naturaleza: «hay agua, hay viento, hay olas, hay mar, veo muchas referencias a la naturaleza en esta abstracción tan pura», analizó Ruiz Sastre mientras asentían su viuda y su hija.

Por su parte, el concejal de Cultura de Vila, Pep Tur, avanzó que los cuadros se podrán ver durante un año y recordó que sustituyen a la exposición de homenaje a Erwin Bechtold, que cumplió 90 años en 2015. «Dar a conocer la obra de Pagliari era una misión pendiente de las instituciones», destacó.