Música evocadora, moderna, clásica, vanguardista, eterna. Religiosa y atea, heterodoxa y ortodoxa, intelectual y emotiva, galáctica y nacida para el éxtasis místico y terrenal. Y todo al mismo tiempo, bañado por cegadoras, lujuriosas luces y efectos al servicio de una exhibición casi operística, sin duda fascinante.

La vi, y ojalá que usted también, la noche del sábado en La 2. Era 'The connection concert', fascinante espectáculo de Jean-Michael Jarre, ¡¡68 años!! con el que se inauguró el Año Jubilar Lebaniego en el monasterio de Santo Toribio de Liébana, Cantabria. Jarre es, desde hace miles de años, el dios de la música electrónica.

A mí me conquistó desde el minuto uno en que escuché su música, hace también milenios. Jean-Michael Jarre suena igual y distinto, como un gran mago de los sintetizadores y los trucos precocinados.

Durante el concierto, de cuidada realización, con abundancia de planos generales para ver a pantalla completa la exuberancia de las luces y de las proyecciones de caprichosas formas abstractas, pero mezclando a veces planos detalle que el realizador elegía para focalizar este u otro sonido, tuve la sensación de estar dentro de un reloj de mecanismo afinadísimo.

El músico compuso el espectáculo con una selección enlazada de su obra. 'Ethnnicolor', 'Automatic, 'Oxigene 2', 'Zero Gravity', 'Souvenir of China', maravillosa, arrebatadora, litúrgica, año 81, primer músico occidental que dio un macro concierto en el gigante comunista.

Al escuchar 'Magnetic fields', sintonía de 'La última nave', 1990/96, programa que presenté en Onda Regional de Murcia, casi lloro, pero esa es otra historia.