Qué demonio es este Jordi Évole. Tiene una mente privilegiada para conseguir lo que quiere sin alharacas, y un equipo de lujo para hacer que el regreso de Salvados la noche del domingo a La Sexta sea un acontecimiento -más de 4 millones embobados viendo la entrega-. Si la crisis ha terminado, dice el ridículo mensaje del Gobierno, por qué vuelve Salvados, dice el hombre de la calle. Lo hizo el domingo, y no falló.

Hay que tener una imaginación peliculera con su puntito de ácido sulfúrico para meter en un coche a Oriol Junqueras, el emocionado político catalán capaz de hipar ante el micrófono pidiendo la independencia de Cataluña, llevárselo a Sevilla y pasearlo en taxi conducido por Dani Rovira, el andaluz de Ocho apellidos vascos, como vimos en la promoción del programa, y sentarlo a la mesa de una familia sevillana para contrastar pareceres. La vuelta de Salvados, digo, es un acontecimiento televisivo porque la gente que lo hace posible conjuga interés social con emoción, y credibilidad con finísima ironía.

Además de la personalidad de Jordi Évole, un tío listísimo que no va de listo. Falso, Jordi Évole es un personaje falso, dijo el otro día en Espejo público Miguel Ángel Rodríguez, el que fuera portavoz del Gobierno de Aznar. Cuando esta gente dice estas cosas no hace más que testificar que programas como Salvados hacen pupa, y por eso, como los «de la casta» se tiran a la coleta de Podemos con una sola voz, como si no hubiera mañana, la nueva temporada se presenta viva, necesaria para unos ciudadanos rodeados, a veces acosados, por una programación bullanguera e irreflexiva. El Jordi más demonio nos acercará al borde del infierno, sin quemarnos, para que veamos las llamas.