Nos cuenta Buenafuente en la revista de la 'Academia de Televisión' que hasta su gente más cercana le comenta que está más suelto que nunca. Y que lo digan. Me limito a constatarlo empíricamente. Después de haber visto las 254 entregas de ‘Late Motiv’ emitidas hasta la fecha, digo más: Andreu Buenafuente se encuentra en estado de gracia. Profesional y personal. A estas alturas tiene autoridad moral para decir y hacer lo que le venga en gana. Se le ha hecho callo. Tiene talento. Disfruta como un niño con lo que hace. Ha sabido elegir a los mejores para convertirlos en sus amigos. O viceversa. De forma que trabajar es una fiesta. Y hasta el tiempo de ocio entre programa y programa. Porque cómo tiene que ser ese piso de solteros en el que vive en Madrid los días de curro con su productor ejecutivo, Xen Subirats. Tú no conoces de nada a Xen, pero intuyes su complicidad con Andreu, y es como si los estuvieras viendo. Y a Silvia Abril, que también la ves sin verla.

De entre los cientos de hallazgos y momentos felices que nos ha tributado Andreu Buenafuente a lo largo de estas 254 noches los ha habido técnicamente brillantes, musicalmente prodigiosos y de algo contenido emocional (Agus Morales, Xavier Aldekoa...), por no hablar de tantos golpes de humor inteligente.

Soy un espectador ecléctico que disfruto con casi todo. Bob Pop me parece un genio. De Juan Carlos Ortega está todo dicho. Marc Giró debería estar ahí con periocidad fija. Berto Romero es capaz de generar televisión químicamente pura. Las conversaciones informales con los españoles que ven el programa desde todo el mundo cuentan más, con lo mínimo, que los Telediarios. Y las charlas en un banco del jardín mantenidas con Miguel Rellán son delicatesen difíciles de superar. Con más y mejor televisión en sus entretelas que decenas de formatos larguísimos. Y tan suelto que se ve a Buenafuente. Como nunca estuvo.