Walter Martino presta servicio como chef privado en Ibiza desde hace casi diez años: «uno de mis últimos trabajos lo hice en el islote de Tagomago para Mathias Kühn, quedó increíble», asegura orgulloso. Como chef de alto standing Martino busca la exclusividad y la diferenciación de sus competidores no solo por la calidad de los productos con los que trabaja, que siempre han de ser de primerísima, sino que además él es el propio diseñador de los platos sobre los que sirve su comida. «Yo mismo dibujo cómo van a ser mis platos y el boceto se lo paso a un dibujante profesional, que lo perfecciona, para luego mandarlo hacer y venderlo o usarlo en mis servicios especiales», explica.

En su empeño por destacar y diferenciarse del resto, Walter Martino ha diseñado toda una serie de originales y estilosos contenedores de comida que han convertido el plato tradicional en una auténtica escultura, con la que pretende llevar cada bocado a una dimensión distinta.

Tanto es así, que la exclusividad de sus obras ha llegado a seducir a un multimillonario príncipe árabe que no dudó tras una de sus cenas en dejar la friolera de un millón de euros a cambio de una de estas obras de arte durante sus vacaciones en la isla. «Esto sucedió el 16 de junio cuando di un servicio en el barco de un príncipe de Dubai para celebrar su futura boda -cuenta Martino-, le gustó tanto el plato que se lo quiso llevar para compartirlo con su prometida en privado». Y así lo hizo, el príncipe dejó esa generosa propina, que bien se corresponde con los ochenta y cuatro diamantes y el oro macizo con el que el estaba elaborada la escultura gastronómica. Es un diseño que Martino ideó en Miami junto con otro artista, el escultor italiano Manuel Viscuso.

Ricos y futbolistas

Cualquiera puede pensar que es una exageración pagar tal suma por un simple plato, pero en realidad no es tan sencillo. Martino explica que el presupuesto total de aquel servicio fue de 800.000 euros, por un bufé para veinticuatro comensales. El cocinero prefiere no desvelar la identidad de su cliente, pero con esas cifras no debió de suponerle tanto esfuerzo pagar un millón por una pieza única en el mundo.

Rusos, árabes, americanos, algún español y muchos futbolistas de los que llegan a Ibiza cuando comienza el verano son los clientes habituales de este exclusivo chef, que monta una sala de exposiciones sobre la mesa de un comedor, un barco o un megayate. Hablar con Martino sobre sus servicios y sus clientes es transportarse a otro mundo en el que se sirven bocados millonarios, del orden de 60.000 euros por una trufa blanca del Piamonte para aderezar unos lingüini acompañados por langostas, caviar... Aunque también recibe encargos menos ostentosos: «El servicio de esta noche, en el que me he gastado 3.000 euros en comida para una sencilla cena de once comensales rusos», confesaba hace algunos días. Menos mal que antes de marcharse Martino asegura no ser una persona «económica».