El cineasta cántabro estrena su tercer largometraje, Open Windows, un thriller con bastante de experimento y en el que todo transcurre a través de las pantallas de ordenador. Elijah Wood y Sasha Grey son sus famosos protagonistas. Vigalondo habla también de su próximo filme y de su faceta musical

Creo que la historia es mucho más interesante que el final...

Claro, sí, es como ver cine negro clásico, películas como El sueño eterno... O más modernas, como L. A. Confidential. Esta trama es muy difícil de seguir. Si en un sentido visceral no te has perdido, da igual, porque puedes volver a verla... Yo no creo que las películas tengan que verse necesariamente desde ninguna certeza.

Una película muy crítica con el fondo del ser humano que deja al descubierto Internet.

Sí. A mí no me gusta criticar las redes sociales, porque los que estamos ahí somos nosotros. Veo muchos anuncios de páginas pornográficas en las que el reclamo es ver fotos robadas..., de modo que en el fondo están apelando a nuestra complicidad en un crimen para captarnos como clientes. Y hay que pararse a pensar: ¿cómo es posible que ese reclamo para la venta sea meternos clandestinamente en la intimidad de otro? Desde este punto de vista, Internet no tiene ningún interés, lo interesante es lo que pasa en nuestras cabezas.

¿Está contradiciendo al Rousseau del buen salvaje?

No, yo creo que el hombre sí es bueno por naturaleza. Pero tampoco hay que olvidar, y aquí me sitúo un poco como abogado del diablo, que somos primerizos en cuanto al enfrentamiento con estas tecnologías, de modo que habrá que reconstruir nuestros valores a partir de lo que estamos viviendo, pero yo tengo fe.

Repensar la moral...

Por supuesto. Ahora la moral está diluida por culpa de la impunidad que nos proporciona una tecnología que no terminamos de comprender. Por ejemplo, estamos perdiendo el control sobre la agresividad que podemos proyectar a través de las redes sociales sobre alguien que no conocemos. Hasta hace nada la proyección pública de la intimidad era algo exclusivo de famosos. Esto ha cambiado completamente y las consecuencias están por llegar. Dicho de otra manera, hay un montón de síndromes que aún no tienen nombre.

¿No es cierto que esa violencia en la red está aumentando incluso entre conocidos?

Sí, en parte. Yo, por ejemplo, conozco gente muy educada que, tecnología mediante, puede ser muy agresiva con desconocidos. A mí mismo mucha gente me muestra su odio por Internet, gente con la que nunca he tenido trato directo. Antes alguien podía ser fan tuyo, o podía odiarte..., pero la condición previa era siempre esa, el fanatismo. Ahora existe el tipo que se define por odiarte sin más. Pero creo que todo acabará reequilibrándose, que antes éramos más salvajes que ahora.

¿Como cineasta, de qué modo le estimula la relación entre Internet y la antigualla del cine?

Hay una atracción simultánea por lo nuevo y lo antiguo, no hay contradicción. Por supuesto, me interesa plantear una película en un contexto tecnológico que no existía así hace cinco años, pero a la vez me gusta evocar un cine antiguo, clásico, añejo... Cuando superpongo dos ventanas y me acerco para que las dos ocupen todo el cuadro, estoy remitiéndome a algo tan antiguo como la pantalla partida en Vestida para matar.

Desde un punto de vista técnico, Open Windows debe de haber sido algo complicado de hacer... Muchísimo. En una película normal todas las fases están muy compartimentadas entre sí. Sin embargo, en esta película, ya el guión literario me obliga a justificar y describir cada una de las ventanas que se abren, de modo que la cámara deja de ser algo externo y pasa a formar parte de la narración, el guión literario y el técnico están mezclados. Luego, los editores tienen que montar una película que tiene cinco veces más de material (usado, no en bruto) que otra normal. Por otro lado, tienen que montar una película en la que no hay un solo corte entre dos planos, sólo es una cámara moviéndose, y como ese movimiento es potestad mía, no me puedo separar del montaje... Ha sido como abrir un camino a machetazos en la selva, toda una aventura, porque no sabíamos nunca qué nos esperaba más allá. Apasionante.

También hay bastante sentido del humor...

Sí, y me alegro de que lo digas, porque mucha gente no lo ha visto. A mí me gusta diluirlo, que se metabolice y se integre completamente en la historia, más que darle a la gente hitos concretos donde reírse; que toda la película tenga esa característica que permita no tomarse nada en serio. ¿Por qué? Pues porque no estoy contando una historia real, sino una absoluta fantasía, y una fantasía es tanto más fuerte cuanto más permite que te rías de ella.

Lo cual, paradójicamente, nos devuelve a la vida misma...

Exactamente. Cuando veo películas de superhéroes que buscan que te lo tomes todo muy en serio, creo que hay trampa, que algo falla.¿Qué sería de directores tan legendarios y gigantescos como Hitchcock o Welles sin sentido del humor...

Hasta el peor de los asesinos en serie tendrá su sentido del humor...

[Ríe]. ¡Ahí no me meto! No quiero conocer ni por accidente la psicología de un asesino en serie. La falta de empatía me resulta realmente antipática, porque, al fin y al cabo, no es un problema tan lejano de nuestra vida cotidiana.

¿Se considera un artista, raro?

No creo que sea bueno que uno mismo maneje esa terminología de la diferencia, porque puedes acabar pavoneándote. No quiero terminar siendo un vanidoso, pero me gusta mucho oírlo, claro.

La próxima película, V/H/S: Viral.

Un trabajo del que estoy orgullosísimo, a punto de salir. Ahí retomo la ciencia ficción más pura, y hay elementos satánicos y mucha imaginería sexual. Actúa Marian Álvarez, Concha de Plata por La herida, y colaboran gente como Gustavo Salmerón y los Venga Monjas, una pareja de humoristas catalanes totalmente imprescindibles. Yo estoy muy contento de lo que he hecho ahí, espero que os guste mucho.

Para terminar con un palo distinto, ¿qué tal su faceta musical?

Mejor que nunca. Una de las cosas que me dan la vida, que completan y amplifican mi día a día, es ser el corista de Joe Crepúsculo, un cantautor catalán del que yo soy fan desde hace mucho tiempo. Un día me vio cantar en un karaoke y me dijo: «Vas a ser mi corista». Y soy su corista. Voy por los pueblos de España cantando los estribillos, y es muy bonito ver que hay gente que me reconoce y dice: «Este es ese que hace películas, ¿qué demonios hace cantando al lado de ese?». Eso me resulta muy bonito y muy liberador, a veces, más liberador incluso que hacer cine.