Acaba de hacerse con el premio al mejor guión en el Festival de San Sebastián y hay que subrayar que las promesas que contenía su opera prima, una «Bullhead» elogiada por la crítica internacional pero no estrenada en los cines españoles, se han convertido ya en hechos probados en su segundo largometraje, de modo que el cineasta belga Michael R. Roskam se ha situado con tan corto lastre en un lugar privilegiado de Hollywood.

En esta cinta, la primera que filma en la meca del cine, ha logrado exprimir al máximo las bondades y las sugerencias de un relato corto de Dennis Lehane, que el propio escritor adaptó a la pantalla grande y que, curiosamente, es un texto que iba a ser una novela pero que se le atragantó al autor y quedó «castigado» al ámbito de la narración corta.

Lo cierto es que de esta supuesta frustración ha emergido una historia brillante y sugerente, en formato de drama policiaco con aislados pero jugosos brotes de comedia, que tiene como principal estímulo su descripción de un Brooklyn original y poco conocido en el que se ubica una mafia que se vale de pequeños bares y establecimientos para blanquear su dinero.

Un lugar en el que la violencia y la muerte, fruto de traiciones y de robos a escala reducida, son noticia cotidiana pero con muy escasa trascendencia social. Con una sorprendente interpretación de Tom Hardy en el papel del protagonista, Bob Saginowski, lo más destacado del reparto, con mucho, es un James Gandolfini al que vemos en su última y ejemplar labor en el cine, poco antes de su inesperada muerte.

Lo más llamativo y relevante de la cinta, que cuenta con unos diálogos más que interesantes y que dibuja este universo con absoluta propiedad, es que el origen de todo el embrollo criminal y romántico que muestra nace del casual encuentro de Bob, un camarero que atraviesa delicados momentos en su economía, con un pequeño perro Pitbull que ha sido abandonado en un cubo de basura.