En el significativo flashback que interrumpe el presente narrativo de El francotirador, el protagonista Chris Kyle, un SEAL destacado en Faluya (Irak), se retrotrae a su infancia justo en el instante en que tiene a tiro a una madre y a un niño iraquíes que portan un explosivo.

En el pasado, su instructor le enseñó que hay tres tipos de personas: ovejas, lobos y perros pastores. La impronta de estas palabras, grabadas a fuego en un pequeño que acabará aceptando su destino como guardián de su familia y de su patria, atravesarán toda la trama de este último Eastwood.

No es su película más sutil ni más redonda. Llena de lugares comunes, personajes esquemáticos, enemigos simplificados y un vínculo fraternal que quedará colgado, el realizador de Banderas de nuestros padres vuelve sobre el tema de la construcción del mito en la memoria de una nación que ha predicado el ojo por ojo sin saber canalizar a posteriori el regreso traumático de los soldados, aquellos veteranos que no podrán volver a la vida por mucho que sus nombres queden inmortalizados al son de un himno y de una bandera.