No ha tenido la respuesta esperada y que merecía en Estados Unidos, pero a pesar de ello y reconociendo claramente que es una película inferior a las que jalonan la filmografía de Ang Lee, desde ‘Sentido y sensibilidad’ hasta ‘Brokebock Mountain’ y ‘La vida de Pi’, no se puede poner en duda que estamos ante una muestra reveladora y contundente de la guerra de Irak y de la actitud de la sociedad estadounidense hacia un conflicto que en gran parte ignora y que pone sobre el tapete aspectos que denotan la imperiosa necesidad de mitos que den sentido a sus sueños de grandeza.

A partir de la novela de Ben Fountain, el cineasta ha realizado la que es, en cambio, su cinta más crítica y demoledora y la que realmente más rompe el concepto del héroe.

Algunos momentos, sobre todo los que transcurren antes y durante el lanzamiento de los fuegos artificiales en el estadio de la ciudad, llegan casi a la crueldad. El único inconveniente que muestran las imágenes es la frialdad que revelan parte de las conversaciones que los soldados llevan a cabo, que pueden pecar de un deficit dramático. El que, por otra parte, se haya procedido a una descripción fragmentada y mediante vueltas atrás de las supuestas gestas de los soldados también podría influir en esa circunstancia, pero no resta vigor y fuerza a la realidad que desprenden los fotogramas. Y es interesante que la mirada a estos hechos se efectúe a través de la óptica de un soldado de apenas 19 años, Billy Lynn, que más que otra cosa generan estupor.

La visita que realiza a casa de sus padres es elocuente y sirve para subrayar tanto la ingenuidad de los miembros del batallón como la abrumadora falta de madurez que ponen de manifiesto en todos los terrenos. Solo la hermana es consciente de la realidad que están viviendo. El caso es que lo que tenía que ser un homenaje a las fuerzas del ejército norteamericano se transforma en una especie de gira caótica de un grupo de personas que ni saben lo que están haciendo ni por qué se les rinden honores.