Este martes por la tarde, a las 20 horas, Pere Riera (Ibiza, 1938) llena el Club Diario de oscuros azules de prusia y verdes esmeralda con toques de brillantes amarillos. Una exposición en parte retrospectiva pero con mucha obra de reciente producción, con la que el pintor, infatigable a sus 76 años, muestra al público el fruto del trabajo solitario en su estudio, al que acude puntual cada día a las ocho de la mañana.

«Nací en la isla pero mi pintura no tiene nada que ver con la pintura ibicenca del paisaje, casi me inclinaría a decir que soy un pintor nórdico», explica Riera, que se formó desde muy joven con el holandés Nico Boër, «un pintor muy bueno que murió en un accidente de tráfico en Santa Gertrudis», recuerda y con el norteamericano Albert Carlo. Tenía apenas 15 años cuando empezó a pintar «para encontrarse mejor». El mismo motivo que le empuja a seguir haciéndolo. «Sin la pintura no puedo vivir. Si pinto me encuentro bien, es una terapia», admite con total sinceridad. Y hace ya más de 50 años que pinta aunque nunca ha vivido de ella. «Siempre he pintado por la satisfacción de hacerlo, mi objetivo no ha sido vender».

Sobre esto tiene una curiosa teoría, que uno no sabe si se debe a que es tímido o a una cierta misantropía. «Me gusta pintar pero no me gusta vender porque para vender un pintor necesita relacionarse mucho, ir aquí, ir allí, moverse entre conocidos, amigos y eso no va con mi talante. Todavía expongo de vez en cuando pero soy un mal vendedor de mi arte», admite. «Si vendo un cuadro, en cuatro días me he gastado el dinero. Si no lo vendo, tengo el cuadro», apunta con una sonrisa.

Tampoco es que reniegue de las ventas, que le vienen muy bien sobre todo para comprar material para seguir pintando. «Los óleos, sobre todo, y los lienzos son muy caros, los bastidores también, los marcos... Todo», recuerda Riera. Hay cuadros que jamás venderá pero por otros motivos, como un retrato de su hijo cuando era un niño, con ocho o nueve años. «He podido venderlo muchas veces, pero no lo haré nunca», dice rotundo.

De su primera época como joven pintor en Ibiza recuerda a Frank ´el Punto´ a Erwin Broner... «Había pintores del todo el mundo en Ibiza», apunta, pero no echa en falta ese ambiente. «Yo soy viejo ya», dice con total tranquilidad. «Yo hago mi vida en mi estudio, quizás antes salíamos de fiesta y nos reuníamos, pero ahora no».

Vivió varios años fuera de la isla y regresó en 1972. Ha expuesto en numerosos lugares, pero sobre todo recuerda una muestra en una ciudad en las afueras de Berna, Suiza, donde vendió toda la obra. «A precios que nunca habría soñado. Yo puse un precio pero el galerista me dijo ´no, esto vale tanto´ y triplicó lo que yo había dicho, pero se vendió todo», relata divertido.

En la exposición que abre hoy sus puertas en el Club Diario destaca la figura humana, especialmente retratos de mujer, y algún paisaje, todo en clave expresionista, una vertiente que se complementa con otra faceta más costumbrista, de dibujos muy característicos realizados en tinta china, que no está presente en esta ocasión. También hay algunos ejemplos cubistas en la muestra, pero Riera admite que sus influencias más fuertes son Edvard Munch y Emil Nolde. Entre los españoles apunta a Abelló Martí.

Óleos y ceras predominan sobre los lienzos, que abarcan desde 1966 hasta la actualidad.

La exposición permanecerá abierta en el Club Diario hasta el 21 de noviembre.